lunes, 23 de julio de 2012

El tirador de Denver



¿Qué puede pasar por la mente de una persona para querer disfrazarse de villano de historietas, con máscara de gas y armado hasta los dientes, y tirotear en una sala de cine a espectadores indefensos en plena función? No lo sé. La respuesta tal vez la tenga (tal vez no) James Holmes, el tirador de Denver, que acabó con la vida de 12 personas la semana pasada en un cine de Colorado. Llevaba “dos pistolas de calibre 40 con más de 1.000 balas para ellas; una escopeta Remington 870, con 300 cartuchos, y un fusil semiautomático Smith & Wesson AR-15, de calibre 223 con un cargador especial que podía almacenar más de 100 proyectiles, que podía efectuar 50 ó 60 disparos es un solo minuto, para el que llevaba unas 3.000 balas”, según informa la prensa.

Holmes, de 24 años y doctorando en Neurociencia en la Universidad de Denver, tenía en su apartamento un arsenal capaz de causar otra matanza. Las autoridades le consideran un perturbado. Se había autodefinido como Joker, el gran enemigo de Batman. No es casualidad, entonces, que el tirador haya elegido a sus víctimas entre los asistentes a una proyección de la última entrega de la saga dedicada al hombre murciélago. Se dice que Holmes comenzó a disparar desde la primera hasta la última fila, no sin antes rociar con gases la sala para crear mayor confusión. Algunos rieron al principio, pensando que se trataba de una publicidad gratuita de los propietarios de los cines. Entre los fallecidos, se cuenta una niña de seis años.

La tragedia de Colorado se añade a una cronología de masacres en Estados Unidos: Virginia Tech, en 2007; Universidad de Tejas, 1966; el liceo de Columbine (a 30 kilómetros de los cines donde ocurrieron las recientes muertes), en 1999. Se dice que detrás de estos sucesos está la violencia que representan y reproducen los medios o el comprar y portar armas legalmente. Creo que las bases del problema pueden partir de estas ideas, pero en realidad deben ser más profundas para que tantos Holmes se repitan cada vez con más (peligrosa) frecuencia.

Y es que esto no pasa sólo en Estados Unidos, aunque muchos quieran verlo así. Holmes es primo hermano de Breivik, el monstruo noruego, y primo lejano de los pranes maracuchos. Es hermanastro de los talibanes y de los nazis. Es miembro de una familia inhumana de desadaptados, fundamentalistas o desequilibrados, para quienes matar es fácil y la vida no vale nada cuando se actúa en nombre del dinero, el poder, la religión o la pureza étnica. Breivik sostenía en su tesis que Europa debía liberarse de los musulmanes en 2083; los pranes amasan sus miserables fortunas tras las rejas sembrando el terror y la muerte en las calles de Maracaibo o Caracas; los nazis buscaron, como Breivik, “liberar” el mundo de judíos, gitanos y homosexuales. Holmes, seguramente, se creyó el “malo de la película”, y cumplió hasta el final con sus objetivos. Todos se parecen, y, en cierta medida, según acabo de leer en el blog A Dandy Satirist, son un reflejo de nuestra cultura, obsesionada con la violencia, el narcisismo, la autodestrucción y el odio.

El autor de ese mismo blog comparte una interesante reflexión: no podemos luchar contra gente como James Holmes sin cambiarnos a nosotros mismos. Sin duda, un buen material para pensar y comenzar esta semana, aunque sólo se trate de simple e innecesaria retórica o de ganas de buscarle las cinco patas al gato.

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James Holmes, el tirador de Denver, se identificaba con Joker, uno de los personajes más conocidos de la serie Batman. La imagen, extraída del blog A Dandy Satirist, muestra al actor Heath Ledger en su memorable actuación en la película The Dark Knight (2008), del director Christopher Nolan.
 

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