Esta imagen de la
caricaturista Rayma, del diario El
Universal, fue publicada ayer. Su contenido representa el discurso bipolar
de las próximas elecciones del 7 de octubre. En la ilustración, Capriles
Radonski es el número uno, es el color azul, el color del cielo, de la
esperanza, su mensaje busca menos pobreza, más unidad, menos inseguridad, más
progreso. Chávez es el número dos, el rojo del infierno y de la sangre, la
violencia en espiral ascendente y descendente, el mensaje del egocentrismo elevado
a su máxima expresión. Cuestiones éstas del discurso, de interpretaciones, de modos de ver y entender la realidad.
Muchos sueñan por
un lado con el triunfo de Capriles Radonski. Me parece que sus ideas refrescan
el panorama político de Venezuela, que hay una alegría contagiosa sobre todo en
el manto de multitudes que le acompaña. La oposición venezolana es cada vez más
numerosa y fuerte; ignorarla, subestimarla, insultarla constituye un error que
algún día saldrá muy caro. El único inconveniente, desde mi punto de vista, es
que se busca nuevamente en un hombre, en una persona, el remedio de todos los
males. Queremos volver al mito del mesías heroico; somos incorregibles. Y peor todavía,
Capriles Radonski es la cabeza visible de una aspiración compartida por miles,
aún millones de venezolanos: salir de Chávez.
Espero que estas
ideas personales no sean mal interpretadas. Los venezolanos que aspiramos a
otro ideal de país no debemos pensar solamente en “salir de Chávez” sino en el “cómo”
esto se hará de la manera más positiva posible para todos sin dejar de sopesar
las consecuencias. Creo que Capriles Radonski tiene buenas intenciones y parece
alguien inteligente y trabajador. Pero me pregunto si estas cualidades serán suficientes
para lograr el cambio que muchos deseamos.
El próximo presidente
de Venezuela tras la era chavista deberá pensar en una transición, tal y como
en su momento le tocó a España después del franquismo. El ejemplo español muestra
que la transición verdadera viene desde adentro y no desde afuera. Es irónico y
hasta cierto punto injusto, según se mire. Cuando Franco murió en noviembre de
1975, las reglas del juego ya habían quedado trazadas mucho antes de su
desaparición física. El rey Juan Carlos mismo es el resultado de una transición
que en la sustancia fue obra del propio sistema franquista. Se ha alabado el
proceso que condujo a España de la dictadura a la democracia, pero se olvida cuán
determinante fue el papel desempeñado por las cúpulas que sobrevivieron a
Franco, empezando por la restaurada monarquía borbónica. Es cierto, poco a poco
todas las voces de la sociedad comenzaron a tener voz y voto, pero ahora pienso
que fue Franco antes de morir el que decidió el destino de España aún hasta la
actualidad. Y lo que falta.
Este modelo español,
imperfecto y que puede ser objeto de todas las críticas, es desde mi punto de
vista la salida que podrá ver Venezuela algún día. Esto podrá resultar una
locura para muchos o tal vez para todos. Sin embargo, pienso que el verdadero
cambio saldrá en su momento del mismo chavismo, de un chavismo tal vez
moderado, de un chavismo sin Chávez, de un chavismo dispuesto a la reconciliación
y al reconocimiento de la inclusión. ¿Existe ese chavismo? Por ahora, no.
Hace un mes fuimos
al consulado venezolano en París para prolongar la vigencia de nuestros
pasaportes. Quisimos aprovechar la visita para inscribirnos en el registro
electoral, pero ya era demasiado tarde. El proceso había terminado unos días
antes, de modo que otra vez seremos simples testigos del curso de los
acontecimientos que vendrán tras los comicios presidenciales del 7-O. Una
lástima, de verdad.
Mientras tanto,
trato de leer y de formarme una opinión clara de lo que está pasando en
Venezuela. Cuando se está lejos, la realidad se percibe de otro modo. Quizá la
cabeza se siente más fría, no lo sé. No he sido nunca un buen observador en
cuestiones de política, y tal vez debería quedarme tranquilo, escribiendo
cuentos y reportajes (que es lo que de verdad me gusta), pero creo que como
todo venezolano tengo el deber de expresar mis ideas y de hacer algo que pueda
contribuir al diálogo y a la búsqueda sincera de soluciones, aunque sólo se
trate de simples quimeras. Muchos me dirán que desde Francia es poco lo que
puedo hacer, y tal vez tengan razón. Sin embargo, desde este blog deseo
compartir una visión muy personal de lo que posiblemente ocurrirá después de
las próximas elecciones.
No creo que
Capriles Radonski vaya a ganar la presidencia. Nos quedará vivir otros seis años
más con Chávez. Caracas seguirá siendo para otros miles más una “ciudad de
despedidas”. El socialismo del siglo XXI seguirá siendo en realidad una profundización
de un fascismo marxista (vaya locura), de un engrandecimiento de la figura del
Comandante disfrazado de Robin Hood, robando (¿expropiando?) a los ricos para ¿beneficiar?
a los pobres, regalando casas, neveras, celulares y prometiendo la felicidad
eterna a cuenta de la mayor bonanza petrolera de nuestra historia. En esos próximos
seis años, por supuesto, la oposición seguirá creciendo y haciéndose más fuerte
al punto del que el propio chavismo seguirá por su lado fraccionándose y desintegrándose.
En ese clima, es mi esperanza, surgirán entonces las condiciones para la transición.
El cambio que Venezuela merece y necesita debe pasar antes por una transición. Ésa
es, según mi perspectiva, la clave para vislumbrar la luz al final de aquel
laberinto de sueños del que hablaba García Márquez refiriéndose en general a la
realidad latinoamericana.
Como soy optimista
y muy ingenuo, pienso que algunos laberintos sí tienen salida y que los sueños sí
pueden hacerse realidad.
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