viernes, 20 de julio de 2012

La locura de otra utopía



He recibido este artículo atribuido a Juan Carlos Monedero, profesor de ciencias políticas de la Universidad Complutense de Madrid. Vale la pena tomarse el tiempo para leerlo en estos tiempos de reflexión previos a los comicios del 7 de octubre. Se titula Locos, engañados y sinvergüenzas:

En la película Matrix, uno de los luchadores de la resistencia, Cypher, decide traicionar a sus compañeros y a sus propias ideas para entregarse en brazos del enemigo. La realidad le parece demasiado “real” y prefiere condenarse a la felicidad de la mentira que le otorga la Matriz. Cuando negocia su traición, y mientras disfruta en un caro restaurante de una comida falsa, afirma contemplando un trozo de carne pinchado en su tenedor: “Yo sé que este filete no existe. Sé que cuando me lo puse en mi boca, la Matrix le dice a mi cerebro que es jugoso y delicioso. Después de nueve años, ¿sabes lo que he aprendido? La ignorancia es felicidad”. Quiten el filete y pongan un traje, un vestido, un carro, joyas, adornos…

En 1553, Étienne de La Boétie escribía
La servidumbre voluntaria, un texto contra las monarquías absolutas y, en concreto, contra su capacidad de condenar a los pueblos a la sumisión. ¿Cómo los menos son capaces de someter a los más? En esas páginas, el joven abogado francés recordaba que “la primera razón de la servidumbre voluntaria es la costumbre”. ¿Y no es acaso a través de la educación –o de su ausencia– como lograron las oligarquías de América Latina frenar los procesos de cambio? Que siempre mandaran los mismos. Que hicieran del gobierno una suerte de latifundio regentado por cuatro familias que presentaban la gestión de lo público como una propiedad privada. ¿Cómo iba a gobernar el pueblo? Su argumento siempre fue el mismo: no se puede, si pudieras lo empeorarías, si no lo empeorases estropearías otras cosas. ¡Conténtate con lo que tienes! El mismo discurso repetido desde la Revolución Francesa. El poder reservado para los menos. ¿Gobernar el pueblo? ¡La revolución! Y purpurados que iban de la iglesia a la mesa de los ricos bendiciendo que las cosas no cambiaran.

En 2008, en la estación de metro Miranda, una señora de edad rompía un paquete de arroz y se lo lanzaba al entonces ministro Samán gritando: “¡Quiero pagar el arroz más caro!”. Como un novio perplejo regado de granos blancos, el ministro entendía la rabia de la señora del Este de Caracas. No en vano, los alimentos decomisados en los supermercados ladrones se vendían a precios populares en las puertas de los mismos establecimientos.


¿Quién quiere pagar las cosas más caras? Esa mujer, en el fondo, sabía lo que hacía. El problema no es que ella pagase más por los alimentos básicos. Tenía con qué hacerlo. El problema es que todo un pueblo cubriese de manera más fácil sus necesidades, porque, en la cadena de intereses, esa señora, al final, recibiría parte de la renta que pagarían los humildes. ¿Qué problema hay en pagar 10 cuando recibes un millón? Pero si las oligarquías dejaban de enriquecerse al pagar el pueblo un precio justo, esa señora dejaba de ser una privilegiada. Esa era su rabia. La misma que la de los que dieron el golpe en España en 1936, en Chile en 1973, en Venezuela en 2002. La rabia de los menos contra los más.


Esa rabia de las oligarquías contra los pobres ya está en la
Ilíada de Homero. Es sencilla de entender. Desde que el ser humano se hizo sedentario hay monarquías y aristocracias.

Pero ¿qué hay de la sumisión voluntaria de los pobres hacia aquellos que les empobrecen? ¿Cómo entender los obreros que han votado en España a la derecha? ¿Cómo explicar que un minero haya elegido a quien le expulsa de su trabajo? ¿Cómo dar cuenta del desahuciado que vota en Grecia por el que le ha robado su casa? ¿Cómo explicar que haya gente humilde o clases medias que pueden pensar en votar por Capriles en Venezuela?


En la crisis actual que sufre Europa hay dos salidas: que los ricos mantengan su bienestar sobre las espaldas de las mayorías o que las mayorías salgan a la calle a defender, como hace 100 años, sus derechos, con todo el dolor y el sufrimiento que esa pelea va a traer. Ayer se llamaba en América Latina “Consenso de Washington”. Ahora se llama en Europa, “dictados de la Troika”. Lo ejecuta la derecha. En España, el Partido Popular. Los amigos de Capriles.


Mirando las encuestas de Venezuela, es fácil entender que el presidente Chávez saque más de 20 puntos al candidato de la derecha. Sigue sin tener explicación lógica que haya un 25% de venezolanas y venezolanos dispuestos a votar por aquellos que quieren hacer en Venezuela lo que está llevando a España a la ruina. Servidumbre voluntaria. Pero no todos son iguales. Unos lo hacen por locos, otros por engañados. Los peores, por sinvergüenzas.


A los canallas hay que combatirlos. Quieren regresar al pasado para volver a hacer de Venezuela su hacienda. A los engañados hay que hablarles. Despacio. Sin enfado. Hasta dejarles claro qué país tenían hace 13 años y qué país tienen ahora. A los locos… Hay que dedicar más tiempo a los locos. A los que no se atreven a ser dueños de su propia vida. A los que prefieren la mentira a la realidad. A los que no oyeron que una revolución no es una tarea sencilla y no saben lo que signifíca el esfuerzo de ganarla y el quebranto de perderla. A los locos hay que decirles lo que Don Quijote a Sancho Panza: “Procura descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico, por entre los sollozos e importunidades del pobre”. Para que se sumen a los verdaderos locos. Los que hacen real la utopía. Para que se sumen a los que siguen construyendo esperanza en América Latina ahora que Europa está entrando en una negra noche.

La persona que me envió el mensaje añadió estas palabras: “Qué tremendo artículo. Te lo mando porque no sé dónde empaquetarte: si en loco, engañado o sinvergüenza; no estás en esta categoría, yo lo sé, pero qué bien retrata Monedero la locura de los que votarán por el señor Capriles. (…) No te dejes engañar. Ves a España, o al menos has leído qué pasa en España, Grecia, Portugal, USA; para allá iríamos con el loquito ese. Pero, bueno, tú ya sabes quién va a ganar. Yo me anoto al ganador; tú, al perdedor”.


Desde luego, todas las verdades son posibles en cualquier debate político. La única de la que realmente disiento en este caso tiene que ver con la definición de “servidumbre voluntaria”. Si Chávez llegó al poder hace 13 años para devolverle al pueblo venezolano su dignidad perdida y su capacidad de gobernarse y de recibir sus inmensas riquezas, hoy la realidad ha demostrado que él se ha convertido en una especie de espejo deformado de todo lo que tanto criticó.

El chavismo tiene el acierto de imitar toda la historia francesa de hace 200 años. En Chávez encontramos representadas las figuras de los golosos reyes borbones, de los parisinos enardecidos clamando libertad, revolución y más derechos, y de un Napoleón que aspira a construir su imperio entre La Habana y Caracas, coronándose a sí mismo con los laureles de su ego desmedido, de sus pretensiones de dios bolivariano.

El abismo en el que se encuentra Venezuela no comenzó hace una década, y en eso estoy de acuerdo. Chávez es el resultado, justamente, de años de mala gestión, de incompetencias traducidas en pobreza y atraso. Recuerdo los años noventa como la época de la diáspora venezolana, del éxodo, de un tiempo en el que los venezolanos comenzaron a emigrar porque pensaban que en su país el futuro también había sido secuestrado.

Pero la emigración venezolana ha aumentado en esta Venezuela roja que en unos dos meses y medio volverá de nuevo a elegir presidente. Si apoyamos la tesis de Monedero en lo que concierne a Chávez, entonces somos locos utópicos, creyentes de una esperanza latinoamericana personificada en un hombre que se atreve a decir que tú y yo y todos somos él. “El pueblo es Chávez”, ha dicho el inquilino de Miraflores.

Estoy seguro de no ser un sinvergüenza y mucho menos un engañado. Tal vez sea un loco, pero de otro tipo. Chávez nunca fue una utopía. Él siempre ha sido una realidad (de pesadilla, dirán algunos). La verdadera utopía se construye con sueños de un porvenir que tal vez jamás llegará. O probablemente sí, pero en un tiempo que desconocemos. Muchos esperan que esa época comience en octubre de 2012. No estoy tan seguro de eso, pero me sigo quedando con la locura de mi utopía, de una Venezuela próspera, sin ranchos, sin “pranes” ni homicidios de guerra civil, con carreteras y autopistas bien mantenidas, con niños en escuelas que reciben clases de matemáticas y lengua y no de doctrina política, con una asistencia médica sin ideologías, con un país sin miedo pero volando en los aires de la verdadera bonanza.

Es ésta la locura, mi locura, de otra utopía.

La fotografía es de Jorge Silva, de Reuters. Fue obtenida del sitio Poetiquepublique.fr, de un texto cuyo título hace pensar: Le Venezuela de demain sera-t-il toujours chaviste? (¿La Venezuela del mañana será siempre chavista?).

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