Le pido permiso a
Shakespeare para titular mi texto, con el cambio necesario, por supuesto. En
Hamlet leemos la misma frase, pero haciendo alusión a Dinamarca. No se me ocurre nada mejor para expresar lo que pasa en España en este momento.
Ahí vivimos unos tres años, entre 2002 y 2005. Cuando llegamos, el país vivía una época impresionante
de bonanza, expansión y crecimiento. La economía era sólida gracias a la
llamada industria del ladrillo. La construcción masiva de inmuebles dio empleo
a los millones de parados actuales. Todo parecía ir bien hasta que la burbuja
inmobiliaria, el nombre dado al despiadado aumento en los precios de la
vivienda, estalló irremediablemente. Sin imaginar ni siquiera el desastre que
se avecinaba, regresamos a Venezuela no sin antes vender el apartamento que habíamos
logrado comprar en La Coruña. En esa época, antes de obtener el crédito, una
empleada de otro banco nos dijo que habíamos corrido con suerte, que nuestro
perfil no calificaba para tener una hipoteca. Sin embargo, el banco nos prestó
el dinero, y como nosotros, muchas miles de familias más debieron haber gozado
de un privilegio parecido sin reunir las condiciones adecuadas. Hablo de hogares
que ahora deben pagar hipotecas astronómicas, cuyos sueldos no alcanzan para vivir,
que arañan con las uñas el presupuesto para llegar al final del mes. Como en
los tiempos siniestros del franquismo, España ha vuelto a ser un país de
emigrantes.
Ahora los españoles
pagan las consecuencias de una gestión económica irresponsable, seducida por el
oro del ladrillo. Los periódicos han publicado informaciones relacionadas con
escandalosos casos de corrupción que salpican a presidentes de comunidades autónomas,
alcaldes y empresarios. Robar es una debilidad humana muy universal. El más
reciente caso es el del yerno del Rey: Iñaki Urdangarín, duque de Palma. Si
desean leer información más completa y mejor detallada sobre el tema, sólo
basta con visitar el sitio web de El País.
El caso del duque de Palma ha revelado la creación de tapaderas, elefantes
blancos creados para desviar millones de euros y enriquecer a un miembro de la
familia real española (un miembro casado con una hija del Rey, la infanta
Cristina, que ha asegurado que sus acciones nada tienen que ver con la Corona). Pero si la corrupción se atreve a rozar la misma imagen del honorable jefe de
Estado, ¿qué podemos pensar del resto?
Desde el año pasado, las protestas han
movilizado a miles de indignados en todo el país. Pese a la salvaje represión policial,
estudiantes, obreros, maestros y amas de casa han salido a las calles para
decir: “Ya basta”. La vida es una montaña rusa. Hoy estás arriba; mañana, no lo
sabes.
Espero que los
buenos días vuelvan a España.
*
En la foto, Iñaki Urdangarín, duque de Palma.
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