Jean-Claude Mas fue el fundador de Poly Implant Prothèse, el fabricante francés de los implantes mamarios fraudulentos. Sólo en Venezuela unas 30.000 mujeres se vieron afectadas por un escándalo sanitario de repercusión internacional. Ésta fue la historia de un ambicioso empresario que jugó hasta el límite con la vanidad femenina.
Jean-Claude Mas tiene
unos ojos grandes, inteligentes, ocultos tras un elegante par de gafas. Es un
septuagenario grueso y calvo. Lleva una barba perfecta, entrecana. En una
imagen de 2009, durante unas vacaciones en Filipinas, se ve sentado en una
lancha, con un grupo de amigos y familiares, sin camiseta. En un
extremo de la foto, se ve a Nicolas Lucciardi, de 27 años, su hijo, un
pelirrojo ingeniero en informática de gestión. Ambos, padre e hijo, se
enriquecieron con el negocio de los implantes de mama fraudulentos, y vivían hasta
ahora como reyes en una lujosa mansión situada en Six-Fours-les-Plages, en la
costa mediterránea francesa, a unos 800 kilómetros de París.
Mas es el fundador
de la sociedad PIP (Poly Implant Prothèse), hoy clausurada y en el centro de un
escándalo sanitario de terribles consecuencias para unas 500.000 mujeres en el
mundo implantadas con prótesis compuestas por productos no homologados: aceite
de silicona de Brenntag, vinilo U165 de Bayer, platino hidrogenado de
Rhône-Poulenc. El escritor Boris Izaguirre alude al aterrador panorama de “un
millón de pechos de mentira”. En Venezuela, fuentes gubernamentales señalan que
unas 30.000 venezolanas han sido operadas con los fraudulentos implantes.
Si bien el Gobierno
venezolano, como el francés, ha asumido la responsabilidad de retirar las
prótesis (sin restituirlas por otras), la historia de telenovela de Mas, el
“rey del implante”, según la revista París Match, desvela sus excesos y
caprichos, un carácter cínico y megalómano, y una sangre fría dispuesta a jugar
con la vanidad femenina a costa de la salud y de la vida. Detenido en Francia
el 27 de enero de 2012, Mas espera el peso de su condena. ¿Los cargos? Adulterar
prótesis mamarias y venderlas a medio millón de mujeres en medio mundo.
Póker, almuerzos y cirujanos suramericanos
Jean-Claude Mas
soñaba, en efecto, con conseguir una fórmula perfecta de gel con la cual
acaparar las ventas en el lucrativo mercado de los implantes mamarios. Jugador confirmado
de póker, para él todo era cuestión de ganar un juego. El juego de complacer,
al mejor precio, las exigencias de la estética femenina. Y masculina. El diario Le Parisien informó que PIP también había fabricado prótesis para hombres:
pectorales y testículos.
Él estaba
persuadido de que nada peligroso iba a ocurrir. Interrogado por las autoridades
francesas, Mas declara: “Nunca he tenido un incidente grave desde que utilizo
el gel PIP”. Los investigadores le preguntan: “¿Qué entiende usted por grave?”.
“Jamás ha habido un deceso”, responde el empresario. Los oficiales replican: “Y
para usted, tener que sufrir la extracción de una prótesis, ¿no es grave?”. La
respuesta, de hielo, cae como un plomo: “No, no es grave”.
Convertido en un
súper ejecutivo de ventas, Mas era capaz de llegar a una cita con sus clientes
haciendo chirriar los neumáticos de su soberbio BMW Serie 7 en el
estacionamiento de la empresa. Le gustaba impresionar, sabía meterse a la gente
en el bolsillo. Un antiguo empleado, sindicalista, recuerda la vez que invitó a
almorzar a los asalariados en un gran restaurante. Menú abierto y ríos de vino.
Al momento de pagar la factura, deslumbró a todos con seis tarjetas Gold.
La hija de los
propietarios de un restaurante confirma los excesos del empresario. “En los
últimos años, él había invitado a cirujanos plásticos de América del Sur:
brasileños, colombianos, venezolanos. Su capacidad financiera parecía no tener
límites”. En un congreso de cirugía
plástica en París, recuerda una antigua ejecutiva de ventas de PIP, hizo una
demostración de opereta: llevó una prótesis y cortó su capa protectora para
mostrar que, en caso de ruptura, el gel se mantenía compacto y no se escurría en
los tejidos. Puro teatro. El verdadero gel comercializado no era el mismo de
aquella representación.
El principio ¿del fin?
PIP está en este
momento en el ojo de un intenso huracán mediático en el que las autoridades
galas no dejan de expresar su preocupación por la salud de las mujeres operadas
en cuestión. Una información que contrasta con las recientes declaraciones de
la Sociedad Venezolana de Cirugía Plástica, que insiste en que las prótesis PIP
no son causantes de cáncer.
Pero en Francia
unos 20 casos de cáncer han sido relacionados con los implantes fabricados y
comerciados por Mas. Gilberto Andrea, abogado venezolano especialista en casos de
mala praxis médica, ha dicho recientemente a la prensa que la principal
demandante en el país padece un carcinoma de pulmón bilateral y que otras
afectadas han sufrido derrames del material.
Venezuela, según París Match, fue el principal mercado de PIP en América del Sur y,
seguramente, en el mundo. En Francia, antiguos empleados siguen denunciando
prácticas fraudulentas. Las autoridades han abierto una investigación preliminar.
Jean-Claude Mas, libre pero acorralado por la justica, sin tarjetas doradas ni
cirujanos que invitar a comer, se ve ahora menos rozagante que antes en una
foto distribuida por Interpol.
En unas
declaraciones desde Costa Rica, tras romper un largo silencio, declaró a la
televisión que Xavier Bertrand, el ministro francés de la Salud, exageraba. Hoy
casi todos le han dado la espalda; de él queda el recuerdo de su autoritarismo
en la empresa, sus malas maneras, su historial de hombre hecho a sí mismo, que
con un diploma de bachiller, un servicio militar en Argelia y una experiencia
de ventas tocando puertas, estableció un imperio de senos falsos y tristemente
fatales.
ITINERARIO DE UN
OPORTUNISTA
Jean-Claude Mas
nació el 24 de mayo de 1939 en la localidad industrial de Tarbes, a los pies de
los Pirineos. Fue el hijo único de los propietarios de una gran épicerie, la
versión francesa de un abasto venezolano. Termina el bachillerato, no sin antes
repetir un año, como pensionado en Bagnères-de-Bigorre. Seductor y bailarín, el
joven Mas convence a las mujeres. Tras dos años de servicio militar en Argelia,
regresa a su pueblo natal para ocuparse del negocio familiar por un tiempo.
Después siguieron temporadas en París, Pau y Toulouse. Fue visitador médico por
diez años para Bristol-Myers, la empresa que lo despidió. De ahí, vendedor de
vinos, coñac y aparatos de esterilización de productos dentales. La suerte le
sonríe, al fin, en la cuarentena. En 1982, conoce a su actual compañera,
Dominique Lucciardi, gerente de MAP, una empresa pionera en la fabricación de
implantes mamarios. Ahí fue vendedor y de todo un poco. Él asegura, según L’Express, haber sido el responsable de mejorar la “calidad” del gel
utilizado. En 1991, Mas funda su propia sociedad, PIP. En 2001, el empleo del
gel médico fue obligatorio en Francia para las prótesis mamarias. Pero Mas continuó
con sus propios productos industriales. ¿Por qué? Él responde, impasible:
“Había que tener un diploma especial como formulador. Yo nunca pude obtenerlo”.
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