domingo, 19 de febrero de 2012

Harry Potter en tiempos de crisis


Este artículo fue el primero y único que logré publicar en ElUniversal.com, en julio de 2011. Me pareció que el estreno cinematográfico de la última parte de la saga potteriana llegaba como un antídoto contra el pesimismo de nuestra época. Nunca creí que llegaría a ser un fan de esta ola de libros y películas, pero sí, lo soy. Harry Potter será considerado, en el futuro, un héroe literario de la talla de cualquier Quijote. Ya lo verán.


Tras una década de ventas millonarias en librerías y éxitos de taquilla, la saga del joven mago escrita por la escocesa J.K. Rowling llega a su gran final. El boom “Harry Potter” pasará a la historia como una hazaña: por un lado, gracias al mérito de hacer descubrir el universo de los libros a una generación de niños sumergida en el mundo virtual de los videojuegos e internet; por el otro, debido al éxito sin precedentes de una obra literaria que ha terminado por ser más bien un símbolo de la industria del entretenimiento. Otro Mickey Mouse, digamos. Rowling, seguramente, no se dio cuenta cuando puso el punto final del primer volumen de su serie que había escrito la historia de una auténtica gallina de huevos de oro. Habrá que esperar tal vez años, décadas incluso, para que las aventuras y desdichas del alumno preferido de Hogwarts, acosado desde su tierna infancia por el espectro del mago más ruin e implacable del mundo, puedan considerarse con justicia un clásico de la literatura.

Creo que Harry Potter podrá crecer con los años en estatura espiritual y llegar a considerarse un personaje esencial de la cultura universal. Se dice que J.K. Rowling escribió la primera parte de la saga en medio de serias dificultades económicas y un divorcio recién consumado. Cuando el libro fue publicado, el éxito llegó gracias al fenómeno del boca a boca. Pienso que las tres primeras partes de la serie constituyen, en realidad, la introducción breve e inocente de un mundo de niños que se acaba demasiado rápido. Las últimas cuatro partes de la saga, que algunos verán como el resultado de una brillante estrategia de márketing (más paginas; más aventuras; más dinero), son, desde mi punto de vista, la exposición del argumento central de la historia, de su razón de ser.

El mundo de Harry Potter va más allá de la lucha del bien y del mal. Su búsqueda tiene que ver con la inmortalidad, la capacidad de sobrevivir a la muerte, el sueño de la eternidad. Es ése en realidad el móvil que inspira a Lord Voldemort a desdoblar su alma en objetos o seres vivos, y a ver en su enemigo y rival el gran obstáculo en su carrera por vencer a la muerte. Lord Voldemort ya ha demostrado ser el mago más poderoso; ha utilizado la magia negra para llegar mucho más lejos que ningún otro hechicero. Pero su preocupación consiste en no morir.  En no querer morir. Y esa preocupación (léase filosófica, religiosa o metafísica) es tan humana como el respirar o el comer. La autora de la serie creó un mundo paralelo al nuestro, y llevo a él la inquietud del propósito de la vida, del porqué estamos aquí, del adónde iremos después de morir.

Si se construye un discurso semejante y se le envuelve en un paquete adornado profusamente con personajes inolvidables, aventuras, el genio de la amistad, el amor puro de una madre que se sacrifica por su propio hijo, se obtiene irremediablemente una fórmula catalizadora en tiempos de crisis, una especie de bálsamo para una sociedad atrapada en el laberinto de sus fantasmas: la caída del euro, la inseguridad en las calles, el cáncer de un presidente.

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